¿Cuánto tiempo hace que no escribes una carta de puño y letra a alguien a quien quieres decirle algo importante? No sé si muchos os lo habéis parado a pensar, pero en la época en la que la tecnología nos ha desbordado a todos, algo como las cartas han quedado obsoletas y antiguas, pero ¿qué me decís de la magia que tiene escribir una carta? Pensar y reflexionar qué vas a poner, porque no puedes borrar, está claro que sí puedes volver a repetir pero no es lo mismo empezar de nuevo que con un dedo y una tecla puedas eliminar todo y volver a empezar, por tanto siempre teníamos/tenemos más cuidado con las cartas manuscritas, que nos hacían/hacen pensar, quizás escribir con más prudencia, con más paciencia y para mí, lo más bonito de todo, era esperar esa respuesta que sobre todo no era inmediata, como ahora, que desde mi punto de vista hasta lo es demasiado, de inmediata, y eso hace que la gente pierda la paciencia, y a veces hasta el norte. Había esa cosa especial de la incertidumbre de la respuesta, si es que la había, ya que nadie te exigía una respuesta como ahora, que si no respondes un mail inmediatamente ya tienes un WhatsApp preguntando si lo has leído. ¿Nos hemos vuelto locos?

A mí siempre me ha gustado escribir, aunque en la intimidad, y confieso haber escrito muchas cartas en la adolescencia, no sé si era lo habitual, pero en mi entorno sí que viví una época donde con las amigas, después del verano, pasábamos unos meses en que nos enviábamos cartas, y con los primeros amores cuando era precioso poner los sentimientos por escrito, era una vía más, pero auténtica y todavía siento mariposas en la barriga de pensarlo. Era emocionante llegar al buzón y ver que había recibido carta, una sensación de impaciencia e ilusión se mezclaban al mismo tiempo para leer lo que esa persona me había escrito, a mí, y sólo para mí. Todavía guardo en una caja aquellas cartas que han marcado una época y me traen tantos recuerdos agradables que pienso que es una lástima que hoy en día la comunicación sea tan minimalista, un WhatsApp, un mensaje, y listo. Claro que el mail puede ser más largo, pero le falta calor, el mail es frío e impersonal, y la carta, no sé por qué, es  todo lo contrario. Por eso la novela de Ángeles Doñate, EL INVIERNO QUE TOMAMOS CARTAS EN EL ASUNTO (Ediciones B) me fascinó desde el primer día, una novela cálida donde las cartas tienen un papel importantísimo para salvar a la cartera del pueblo, pero en las cartas se entrelazan las historias de esa gente que vive en un pueblo pequeño, donde hace frío, y que podría ser cualquier lugar del mundo, donde los vecinos se conocen pero son auténticos desconocidos. Una larga cadena de cartas que ayudan al que las recibe e incitan a que éste ayude a otro para poder acabar salvando el trabajo de la cartera, porque debido a la disminución de trabajo por el uso de las nuevas tecnologías, quieren trasladar la caseta de correos a otro lugar.

Sólo volviendo a escribir cartas y haciendo esta cadena de misivas podrán demostrar a los que deciden que la cartera sigue siendo necesaria, pero las cartas también, porque ayudan a más de uno a descubrir sentimientos o cosas de uno mismo que sin esa lectura no hubieran despertado, y así valorar cosas que quizás antes no tenían importancia. Es una novela realmente especial, mágica, sencilla pero humana, y que el amor de los dos protagonistas por la lectura y la escritura pueda movilizar a todo un pueblo por un buen fin, pienso que no tiene precio. Preciosa historia, para buenos lectores y para los que creen en que la vida es bella, que el amor todo lo puede, y que la unión hace la fuerza.

“Enviar una carta es una excelente manera de trasladarse a otra parte sin mover nada, salvo el corazón.” – PETRONIO