Siempre he sido una enamorada de la radio. Un medio de comunicación que me encanta y con el cual he crecido, porque mis abuelos siempre tenían la radio puesta, e incluso iban a dormir con ella. Era una compañía entrañable para ellos, y las diferentes voces que llenaban las tardes y los anocheceres siempre me hacían sentir cómoda. La radio significaba estar en casa, y con los abuelos. Cuando Gaspar Hernández me explicó que escribiría su libro más personal y que la radio tenía mucho que ver, supe que me gustaría. Son las memorias radiofónicas de un locutor precoz, puesto que Gaspar empezó a los nueve años, cuando su padre, electricista, le montó una emisora casera. Gracias a la radio superó su timidez. Desde entonces, durante más de cuarenta años, Gaspar ha hablado casi cada día ante el micrófono. Ha querido hacer un homenaje a la radio y a la voz hablada, en una época en que gracias a los podcasts vuelve a tener protagonismo.

Quizás buscamos en la voz una autenticidad que no tiene la imagen, ni los encuentros telemáticos. Quizás la voz es el auténtico espejo del alma. Una novela donde la sensibilidad está siempre presente y el lector se adentra casi sin adornarse.