Para mí, el libro ideal sería como el café donde transcurre El mejor lugar del mundo es aquí mismo. Aparece de pronto en tu camino de todos los días, pero tienes nada más verlo la impresión de no haber estado nunca allí. Curioseas desde fuera, pero no es suficiente: si quieres saber qué esconden sus cristales polvorientos tendrás que empujar la puerta de entrada. Te decides a hacerlo, te sientas a una de las mesas, observas. Es un lugar extraño, decadente, en el que sin embargo te sientes a resguardo del frío exterior. Hay pequeños detalles que te emocionan, palabras que de pronto te arrancan una sonrisa, personajes surgidos de otro mundo que te cuentan historias mágicas al alcance de tu mano. También hay un viaje. Al principio parece un recorrido en el espacio, una búsqueda frenética por la ciudad, jalonada de descubrimientos, pero pronto descubres que no: el viaje era hacia dentro. Y ya no hay vuelta atrás. Como siempre que se alcanza una meta realmente importante.

La noche en que se nos ocurrió la historia de esta fábula moderna, Francesc Miralles y yo caminábamos por el barrio de Gracia, de Barcelona. Hacía algunos meses que pensábamos en la posibilidad de escribir algo a cuatro manos, y barajábamos las primeras ideas. De pronto, él dio un nombre: Iris. Y otro: Luca. Ya no éramos dos, sino cuatro. Los dos protagonistas de nuestra historia, aún sin esbozar, y nosotros mismos, caminando juntos por las calles semidesiertas. Fue el principio de lo que ahora termina, felizmente, con la publicación del libro, y me gusta recordarlo porque en el inicio de una historia hermosa siempre hay magia, como la hay en las mesas del café de la novela. Tal vez fue Luca, más locuaz, quien nos fue dictando las diferentes escenas de una historia que cobró forma a toda velocidad, como si ya existiera en alguna parte. En un trayecto de unos veinticinco minutos, la trama estaba casi terminada. El desenlace llegó cinco segundos antes de la despedida, y recuerdo un cierto sobresalto compartido al descubrirlo. Una emoción.

Hemos contado, pues, la historia de Iris y Luca. La historia de un café que cambia a las personas que entran en él. Como los buenos libros, de hecho. Como la vida. Si alguien me preguntara en este instante cuál es el mejor lugar del mundo, diría sin dudarlo: La amistad.