Foto de Elvira Alvarez Caminos

Tengo que confesar que el placer de leer en mí no fue innato. Me costó despertar el interés por la lectura, aunque dedicándome a lo que me dedico quede feo decirlo. Cuando era pequeña, me gustaba más escribir que leer, pero cuando crecí, entendí que quien no lee no puede escribir bien, y enseguida vi que escribir era un oficio complicado, y para unos pocos dotados. Me hubiera gustado escribir, pero ya veis que lo máximo que puedo hacer son pequeñas piezas que me cuestan mucho, y cada semana admiro más a los autores que son capaces de crear una novela y cautivarnos. Es un oficio, sí, pero se ha de tener una magia especial para poder crear una obra que deje huella. Creo que Teresa Roig es una escritora que tiene oficio y ese toque de magia necesaria. En LA MERCERIA, su última obra, relata una historia de amistad, de un sueño realizado. Dos familias de Barcelona, a principios del siglo XX, en medio de una dura guerra. Dos familias de diferentes clases sociales, pero unidas por un hecho puntual, que les aportará una amistad y un vínculo que permitirá a Tonet hacer realidad el sueño de su mujer, abrir una tienda, por la que pasarán tres generaciones. El negocio nunca va viento en popa, les da para vivir, incluso hay una temporada en la que tienen que cerrar, pero luchan para sacarlo adelante. Un negocio familiar, tratado con aquel tono costumbrista que recuerda a El AUCA DEL SEÑOR ESTEVE, pero para los lectores del siglo XXI.

Una historia vemos la valentía, el amor y todo lo que conlleva un negocio familiar como una mercería, que también es protagonista indiscutible de esta historia donde se demuestra que la única cosa que puede con todo es el amor.

Cautivadora, apasionante y muy recomendable para todo tipo de lector que quiera disfrutar de una época, de una buena historia y del sabor de un negocio familiar. Aquí también sabemos un poco de esto, y abrir cada día no es sencillo, se necesita que te guste lo que haces y que sepas cuál es tu objetivo, si no levantar persiana cuesta mucho esfuerzo, aunque casi siempre lo ves recompensado.

«Hacen falta días malos para darse cuenta de que los demás son increíbles»