Blog de Bruno

Esta semana las redes sociales se han llenado de peces que buscaban a Gabriel, el niño desaparecido en Almería. Han sido unos días que muchos de nosotros hemos estado pendientes de este caso, que lamentablemente no ha tenido el final que todos estos peces deseábamos. El corazón se me encoge cuando pienso lo que tiene que ser perder a un hijo, no creo que haya cosa que pueda ser peor, y admiro a estos padres que en una situación límite han sabido pedir calma y no odio. Los niños son vida y no tienen maldad innata, por eso no deberían sufrir nunca, nadie debería sufrir, pero menos un niño pequeño. Se debería poder vivir sin miedos, felices y en un mundo mejor, del que somos responsables, en parte, y creo que tenemos la responsabilidad de enseñarles a construirlo desde la humildad, la honestidad y la no violencia.

Por esta razón, al leer la novela de Empar Fernández, IRINA, también sentí esta sensación de «dolor» al ver lo que algunos niños tuvieron que sufrir entre 1937 y 1939 con el exilio para evitar el infierno de la Guerra Civil. Muchos de ellos fueron acogidos por la fría Rusia, y tuvieron que empezar allí de cero, con la mala pasada de que al poco tiempo empezaría la Segunda Guerra Mundial y tendrían que revivir el dolor, la guerra, y el desamparo que les marcó para siempre, sin merecerlo. Tuvieron que vivir una situación y superarla, separándose de sus familias hacia un destino incierto. La historia de Irina te llega, te culpa, te supera, es un trocito de historia desde la mirada de una niña de tan solo ocho años que debe superarse a sí misma y vivir en un mundo cruel. Pero también, un mundo que le da un nuevo hogar, un sitio, aunque sea uno que no es elegido. Irina es uno de esos personajes que queda en la memoria del lector, como nos quedará a todos en la mente la sonrisa de Gabriel. Ojalá podamos vivir en un océano lleno de todos estos peces buenos que sólo buscan vivir felices, en paz, y en un mar transparente dónde el odio no exista y sí el compañerismo, la unión y las ganas de poder construir este mundo mejor. Cómo en la época de IRINA, que existió solidaridad por parte de algunos países, a pesar de que la situación y el entorno no siempre fueron buenos, ni todos los niños, desgraciadamente, tuvieron el mismo destino plácido que merecían. Gran novela de Empar Fernández, que como siempre sabe cómo contar una historia dura de una manera elegante y hasta cariñosa que nos hace vibrar y nos toca hondo.

Tengo la suerte de poder trabajar en algo que me gusta, de vivir rodeada de libros e intentar que esas historias que llegan a mis manos, que me emocionan, me conmueven y me hacen reflexionar, tengan la oportunidad de llegar a manos de mucha otra gente. Muchas veces pienso que es una responsabilidad demasiado grande, porque no todos los gustos son iguales, ni todos pensamos igual, ni a todos nos hace vibrar lo mismo. Pero sí que hay un denominador común para tasar, de algún modo, aquello que creemos que debe ser publicado y, seguro que nos equivocamos muchas veces, tanto para bien como para mal, pero sólo equivocándonos conscientemente vamos a aprender. Sólo espero que esta vez, con la obra de Empar Fernández, HOTEL LUTECIA, no me equivoque, porque al leerla nos enamoramos todos de la historia y de cómo estaba contada. Sobre todo de cómo estaba contada, porque al leerla hay momentos en los que se me puso la piel de gallina, momentos en los que no pude evitar sentir  la angustia de los personajes que esperan en ese hotel noticias de sus familias, y momentos en los que no pude evitar pensar que ojalá no se repitan momentos históricos que sólo nos trajeron terror y violencia. Para evitarlos debemos evitar caer en un pasado gris, donde la represión, la imposición y el autoritarismo desembocaron en una de las peores épocas de nuestra historia.

Por el Hotel Lutecia de París, cerrado actualmente porque lo están remodelando, pasaron famosos escritores, era un lujoso hotel art déco, pero al mismo tiempo, tuvo su parte más oscura dado que fue sede del Estado Mayor de la Alemania nazi y después, fue un centro de acogida de los supervivientes de los campos de concentración. Es a este hotel donde Andreu Ribera, protagonista de la novela, va cuando sale del campo de concentración nazi de Dachau al terminar la Segunda Guerra Mundial, para conseguir noticias de su mujer, Rosa. Allí, en el Hotel Lutecia, la Cruz Roja acoge a los deportados y organiza cuanta información llega a la capital: interminables relaciones de muertos, de desaparecidos y, las más esperadas, de supervivientes.

Empar Fernández se atreve con un registro nuevo y nos presenta una saga familiar marcada por una historia de amor imposible, magníficamente ambientada en la España y la Francia de la Segunda Guerra Mundial y narrada con una gran sensibilidad. Una novela que cuenta  la vida de un republicano catalán exiliado, Andreu Ribera, que va a parar al campo de concentración nazi de Dachau y que, al terminar la Segunda Guerra Mundial, no puede volver a Cataluña y se ve obligado a empezar una nueva vida en la Provenza francesa. Una obra escrita en dos planos, el primero es la historia de Andreu y el segundo, ya en 1969, es André, hijo de Andreu, quién viaja hasta el Poble Sec, emblemático barrio de Barcelona, en busca de respuestas. De los labios de su abuelo Andrés conocerá los turbios secretos de la familia Ribera.

Una novela intensa, que nos relata la realidad más cruel de una época, que conmueve al lector pero a la vez, nos envuelve con una ambientación entre París, la Provenza francesa y Barcelona, con una aroma relajante de lavanda y una escritura elegante, profunda, y clara que no dejará indiferente a nadie. Grandes personajes, narrativa excepcional y un marco histórico nefasto relatado a la perfección para que nunca más pueda repetirse.